Se rebeló ante todas las adversidades y ante el monstruo más temible de todos los tiempos. Dejó rendido a sus pies al rey de la pelotita chiquita y luego se desplomó en ese cemento azul mirando al cielo con un millón de imágenes pasandole por su cabeza apenas la redondita de color fluor, que por momentos le quemaba la mano, picó muy afuera y se consagró campeón de su torneo favorito, el US Open.
Esta nota está siendo escrita con lágrimas, esas mismas que derramaron ayer 40 millones de argentinos a las 21:25 horas (aproximadamente) luego de 246 minutos de estar con el corazón en la mano, sufriendo constantemente y viendo como esa torre de 1,98 metros con tan solo dos passing inalcanzables, recuperó toda su belleza y creció cada vez más, hasta igualar el tamaño del Empire State o aún más, y no se sabe hasta donde llegará a partir de hoy.
Guillermo Vilas, último ganador argentino de este grand Slam en 1977, se reventaba la manos aplaudiendo desde la tribuna del Arthur Ashe junto a los otros 23.000 espectadores que estaban en el estadio y no paraban de gritar como si estuviesen en una cancha del fútbol argentino: ¡Olé. Olé, Olé, Olé, Delpo, Delpo!.
Pensó que lo perdía rápido cuando estaba 6-3 y 5-4 con el saque del suizo y las cosas le salían mal. Tiraba un globo y se le iba afuera, un drop y moría en la red, y en cima Roger hasta ese momento estaba intratable, más que una persona, era un frontón, devolvía absolutamente todo. El ojo de halcón, a diferencia de otros partidos, lo contradecía en todo, hasta que estando 30-30 tira un passing paralelo y el árbitro cobra out, derivando en el 40-30 a favor de Federer, teniendo set point. Pero rebelde como siempre, el niño (ya no tanto) de veinte años, desafió al juez de silla a través de la tecnología y por primera vez en el partido, ésta le dio la razón y lo puso 40-30 con break point a favor. En la bola siguiente el suizo lo apuró a Delpo tirándole una pelota profunda que parecía que era Deuce, pero el argentino con su garra de siempre, tiro otro passing imposible de alcanzar para cualquier ser humano y/o extraterrestre y se puso 5-5, ganando luego el set en el tie-break.
En el tercer set, Juan Martín arrancó quebrando pero se volvió a caer perdiendo dos veces consecutivas su saque y el suizo se lo llevó por 6-3, como en el primero. Ahí, el tandilense se fastidió y desmoralizó mucho, haciéndole creer al mundo entero, que iba a ser una más de las tantas víctimas de Roger, pero nada de eso sucedió. Con lo que podía y tenía salió a jugar el cuarto set, a matar o morir. Y ahí fue donde la “Torre de Tandíl”, como es apodado, se convirtió en el Empire State, reluciente como nunca. En un set tremendamente parejo, con un quiebre por lado, Delpo otra vez se lo llevó en el tie-break, obligando a que la final se juegue a cinco set y a cualquier espectador del mundo a tener el número de teléfono de una ambulancia a mano por algún infarto que pueda llegar a causar éste set definitorio.
Con su vestimenta parecida a la de un taxi de Argentina (musculosa y pantalón de color negro y muñequeras y vincha amarillas) lo paseó a Federer en el quinto set, pegándole con su derecha, más potente que la de Mike Tyson, al lugar donde él quería y dándole un city tour gratis al suizo con un imponente 6-2.
Entre lágrimas fue a abrazar a su coach, Franco Davín (entrenador de Gastón Gaudio en Roland Garros 2004, donde el “gato” fue campeón), que se sentía más ganador que Bilardo en el 86. Luego Delpo, levantó el tan ansiado trofeo, llenándolo de besos y agradeciendo a todos por el logro obtenido, dejando una frase conmovedora:”Nunca les garantizo el triunfo, pero si pelearla hasta el final”. Enooorme.
Contradijo a las estadísticas, a los comentarios adversos, al tremendo rival que tenía enfrente, al historial muy desfavorable que tiene con el número uno (6-0, ahora 6-1), al resultado abajo que tuvo durante dos horas y media, a todo. Nunca es bueno rebelarse, pero en tu caso seguí así, que tan mal no te va
Esta nota está siendo escrita con lágrimas, esas mismas que derramaron ayer 40 millones de argentinos a las 21:25 horas (aproximadamente) luego de 246 minutos de estar con el corazón en la mano, sufriendo constantemente y viendo como esa torre de 1,98 metros con tan solo dos passing inalcanzables, recuperó toda su belleza y creció cada vez más, hasta igualar el tamaño del Empire State o aún más, y no se sabe hasta donde llegará a partir de hoy.
Guillermo Vilas, último ganador argentino de este grand Slam en 1977, se reventaba la manos aplaudiendo desde la tribuna del Arthur Ashe junto a los otros 23.000 espectadores que estaban en el estadio y no paraban de gritar como si estuviesen en una cancha del fútbol argentino: ¡Olé. Olé, Olé, Olé, Delpo, Delpo!.
Pensó que lo perdía rápido cuando estaba 6-3 y 5-4 con el saque del suizo y las cosas le salían mal. Tiraba un globo y se le iba afuera, un drop y moría en la red, y en cima Roger hasta ese momento estaba intratable, más que una persona, era un frontón, devolvía absolutamente todo. El ojo de halcón, a diferencia de otros partidos, lo contradecía en todo, hasta que estando 30-30 tira un passing paralelo y el árbitro cobra out, derivando en el 40-30 a favor de Federer, teniendo set point. Pero rebelde como siempre, el niño (ya no tanto) de veinte años, desafió al juez de silla a través de la tecnología y por primera vez en el partido, ésta le dio la razón y lo puso 40-30 con break point a favor. En la bola siguiente el suizo lo apuró a Delpo tirándole una pelota profunda que parecía que era Deuce, pero el argentino con su garra de siempre, tiro otro passing imposible de alcanzar para cualquier ser humano y/o extraterrestre y se puso 5-5, ganando luego el set en el tie-break.
En el tercer set, Juan Martín arrancó quebrando pero se volvió a caer perdiendo dos veces consecutivas su saque y el suizo se lo llevó por 6-3, como en el primero. Ahí, el tandilense se fastidió y desmoralizó mucho, haciéndole creer al mundo entero, que iba a ser una más de las tantas víctimas de Roger, pero nada de eso sucedió. Con lo que podía y tenía salió a jugar el cuarto set, a matar o morir. Y ahí fue donde la “Torre de Tandíl”, como es apodado, se convirtió en el Empire State, reluciente como nunca. En un set tremendamente parejo, con un quiebre por lado, Delpo otra vez se lo llevó en el tie-break, obligando a que la final se juegue a cinco set y a cualquier espectador del mundo a tener el número de teléfono de una ambulancia a mano por algún infarto que pueda llegar a causar éste set definitorio.
Con su vestimenta parecida a la de un taxi de Argentina (musculosa y pantalón de color negro y muñequeras y vincha amarillas) lo paseó a Federer en el quinto set, pegándole con su derecha, más potente que la de Mike Tyson, al lugar donde él quería y dándole un city tour gratis al suizo con un imponente 6-2.
Entre lágrimas fue a abrazar a su coach, Franco Davín (entrenador de Gastón Gaudio en Roland Garros 2004, donde el “gato” fue campeón), que se sentía más ganador que Bilardo en el 86. Luego Delpo, levantó el tan ansiado trofeo, llenándolo de besos y agradeciendo a todos por el logro obtenido, dejando una frase conmovedora:”Nunca les garantizo el triunfo, pero si pelearla hasta el final”. Enooorme.
Contradijo a las estadísticas, a los comentarios adversos, al tremendo rival que tenía enfrente, al historial muy desfavorable que tiene con el número uno (6-0, ahora 6-1), al resultado abajo que tuvo durante dos horas y media, a todo. Nunca es bueno rebelarse, pero en tu caso seguí así, que tan mal no te va